domingo, 16 de noviembre de 2008

Fotografía en blanco y negro


Lourdes Macías Torrecillas

Fue a los pocos días de llegar a esta casa cuando, haciendo limpieza, encontré esta fotografía en blanco y negro. Estaba en el último cajón de la vieja cómoda del dormitorio que yo he dado en denominar «cuarto de invitados». No sé muy bien por qué la he guardado desde entonces, seguramente por la curiosidad que siento sobre las personas que la imagen me muestra. Doña Mercedes, mi vecina de al lado, hace algún tiempo me contó que la familia que aparece en la fotografía, vivió mucho tiempo en esta casa y aquí el matrimonio crió a sus hijos; la desgracia quiso que el más pequeño falleciese víctima de una meningitis; a raíz de eso ya nada fue lo mismo para la familia. La madre no se repuso nunca del golpe y fue de depresión en depresión… El hijo mayor, en los años sesenta, emigró para Francia en donde se casó, formó una familia y allí sigue viviendo. La mayor de las hijas entró en una orden religiosa y anda de misionera por los países del tercer mundo y el muchacho menor, el que aparece medio agachado en la foto, Jesús, estudió psicología y anda de país en país con una ONG ayudando a quien realmente lo necesita. Según doña Mercedes, cuando terminó la carrera, Jesús comenzó a trabajar en un gabinete con un par de compañeros más, pero pronto se dio cuenta de que ayudar a empresarios estresados, a adolescentes caprichosos… y mucho menos a gente con demasiado dinero y más tontería todavía, no era lo que deseaba hacer en la vida y de eso estaba seguro. Él quería ayudar a todas esas personas que han vivido y viven los horrores de la guerra, la muerte, el hambre, las grandes catástrofes… Y en ello tiene puestos sus cinco sentidos; unas veces en un país de África, otras en Palestina, Honduras, Guatemala, Filipinas… A veces, cuando anda por esta ciudad viene a ver a doña Mercedes, al menos eso es lo que ella me cuenta, pero en los dos años que llevo aquí viviendo nunca lo había visto… Nunca hasta hace poco más de una semana, sí, era por la tarde cuando mi vecina llamó a mi puerta para invitarme a tomar el café: «Quiero presentarte a alguien». Y así fue como ese día conocí a Jesús. Físicamente poco tiene que ver ya con la imagen de la vieja fotografía; es un hombre de mediana edad con una sonrisa encantadora y mil y una historias que contar. Aquella tarde el tiempo pasó sin sentir y en esta última semana Jesús y yo apenas nos hemos separado… Todo tiene un por qué y una razón y haber guardado aquella fotografía en blanco y negro durante tanto tiempo, seguramente fue debido a que en ella se hallaba quizás la persona reservada para ayudarme a escribir mi destino…

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