Los taxistas de Pochutla; héroes desbocados en una historia de desamor y voracidad
Patricia Pacheco
Habitantes y visitantes de Pochutla han sido testigos desde hace algunos días de un patético espectáculo, sólo comparable con la trama de un melodrama telenovelero en el que dos hermanos se disputan a costa de lo que sea -incluso la muerte- el amor de una misma mujer; la diferencia, es que en este oasis costeño los protagonistas de la historia son los taxistas; consanguíneos de actividad, pero enemigos porque el azaroso destino los ha orillado a luchar por los afectos desenfrenados de un ser casi inalcanzable: el usuario.
El eterno conflicto entre trabajadores del volante vuelve a inundar nuestro entorno cotidiano. La intención de los concesionarios de sitios en diversos municipios por abarcar el mayor número posible de lugares para cargar pasajeros, ha desatado una guerra sin cuartel.
En esta ocasión, y para no variar, los protagonistas de la confrontación son los infalibles y siempre ponderados taxistas de los sitios locales de Pochutla, quienes empuñando la espada de la “justicia” se han apoderado desde hace un par de semanas del crucero de la localidad en el que convergen las carreteras federales 175 y 200, para impedir que sus colegas de Huatulco, Puerto Ángel y Zipolite hagan “base”, y sólo les permiten –¡oh, bendita piedad!- que recojan a los usuarios “al pasón”.
Con el argumento de que las concesiones otorgadas por la Coordinación de Traspote (COTRAN) no permiten la carga de pasaje “más que en el perímetro del sitio de origen al que pertenece el permiso”; los concesionarios de Pochutla se empeñan en dejar de lado la existencia de reglas no escritas que se han vuelto una convención dentro del oficio, y que ellos mismos asumen como tal.
¿Por qué los inmaculados taxistas pochutlecos no son tan estrictos cuando se trata de realizar viajes colectivos, como por ejemplo los que se realizan de Pochutla a Puerto Ángel, a Huatulco, o del crucero al barrio Loma Cruz, y viceversa, si ello no está permitido?
¿En qué apartado de la concesión se especifica que los taxistas de Pochutla pueden cargar en zona federal, como cuando levantan pasaje de camino a Huatulco o a Puerto Ángel?
¿Dónde se aclara la posibilidad de que se puedan efectuar viajes especiales a otras poblaciones que no pertenecen al ámbito de sus permisos, y en qué letras chiquitas se incluyen los elevados montos que por cada uno de ellos cobran?
En el feudo de los taxistas de Pochutla, hasta lo más inconcebible es posible. Como en las novelas más famosas, ellos también cuentan con fieles escuderos que los protegen de molinos de viento y de feroces choferes foráneos que pretenden apoderarse de la tierra prometida. Cual modernos sanchos, los agentes de tránsito del estado y municipales los resguardan durante sus arduas jornadas en la protección de su comarca; y por si fuera poco, los policías federales, atemorizados e ignorantes de sus verdaderos poderes, consecuentan las hazañas de los titanes del volante, gladiadores invencibles en una tierra de gigantes dormidos.
Los dueños de Pochutla, perdón, de las concesiones de taxis en Pochutla, como todo héroe de telenovela, a veces suelen tener desdoblamientos de personalidad, pues con tal de ganarse las simpatías de su amada, aparentan concebir actitudes solidarias para tratar de limpiar sus debilidades, y por eso de vez en cuando abanderan causas nobles. Por eso no es raro ver cómo estampan sus caballos de acero con leyendas como “No al reemplacamiento”, o “Pochutla, pueblo sin ley”; todo depende de lo que amerite la ocasión.
Pero la parte del bodrio melodramático que no han considerado nuestros supermanes del transporte aún está por llegar: los mejores finales siempre son impredecibles, y en la disputa entre hermanos por el amor de la doncella, ésta casi siempre se decide por otro. Por eso no debe extrañarnos que un buen día, los usuarios despierten, y envalentonados peleen por un amor-transporte que esté a su altura.
Patricia Pacheco
Habitantes y visitantes de Pochutla han sido testigos desde hace algunos días de un patético espectáculo, sólo comparable con la trama de un melodrama telenovelero en el que dos hermanos se disputan a costa de lo que sea -incluso la muerte- el amor de una misma mujer; la diferencia, es que en este oasis costeño los protagonistas de la historia son los taxistas; consanguíneos de actividad, pero enemigos porque el azaroso destino los ha orillado a luchar por los afectos desenfrenados de un ser casi inalcanzable: el usuario.
El eterno conflicto entre trabajadores del volante vuelve a inundar nuestro entorno cotidiano. La intención de los concesionarios de sitios en diversos municipios por abarcar el mayor número posible de lugares para cargar pasajeros, ha desatado una guerra sin cuartel.
En esta ocasión, y para no variar, los protagonistas de la confrontación son los infalibles y siempre ponderados taxistas de los sitios locales de Pochutla, quienes empuñando la espada de la “justicia” se han apoderado desde hace un par de semanas del crucero de la localidad en el que convergen las carreteras federales 175 y 200, para impedir que sus colegas de Huatulco, Puerto Ángel y Zipolite hagan “base”, y sólo les permiten –¡oh, bendita piedad!- que recojan a los usuarios “al pasón”.
Con el argumento de que las concesiones otorgadas por la Coordinación de Traspote (COTRAN) no permiten la carga de pasaje “más que en el perímetro del sitio de origen al que pertenece el permiso”; los concesionarios de Pochutla se empeñan en dejar de lado la existencia de reglas no escritas que se han vuelto una convención dentro del oficio, y que ellos mismos asumen como tal.
¿Por qué los inmaculados taxistas pochutlecos no son tan estrictos cuando se trata de realizar viajes colectivos, como por ejemplo los que se realizan de Pochutla a Puerto Ángel, a Huatulco, o del crucero al barrio Loma Cruz, y viceversa, si ello no está permitido?
¿En qué apartado de la concesión se especifica que los taxistas de Pochutla pueden cargar en zona federal, como cuando levantan pasaje de camino a Huatulco o a Puerto Ángel?
¿Dónde se aclara la posibilidad de que se puedan efectuar viajes especiales a otras poblaciones que no pertenecen al ámbito de sus permisos, y en qué letras chiquitas se incluyen los elevados montos que por cada uno de ellos cobran?
En el feudo de los taxistas de Pochutla, hasta lo más inconcebible es posible. Como en las novelas más famosas, ellos también cuentan con fieles escuderos que los protegen de molinos de viento y de feroces choferes foráneos que pretenden apoderarse de la tierra prometida. Cual modernos sanchos, los agentes de tránsito del estado y municipales los resguardan durante sus arduas jornadas en la protección de su comarca; y por si fuera poco, los policías federales, atemorizados e ignorantes de sus verdaderos poderes, consecuentan las hazañas de los titanes del volante, gladiadores invencibles en una tierra de gigantes dormidos.
Los dueños de Pochutla, perdón, de las concesiones de taxis en Pochutla, como todo héroe de telenovela, a veces suelen tener desdoblamientos de personalidad, pues con tal de ganarse las simpatías de su amada, aparentan concebir actitudes solidarias para tratar de limpiar sus debilidades, y por eso de vez en cuando abanderan causas nobles. Por eso no es raro ver cómo estampan sus caballos de acero con leyendas como “No al reemplacamiento”, o “Pochutla, pueblo sin ley”; todo depende de lo que amerite la ocasión.
Pero la parte del bodrio melodramático que no han considerado nuestros supermanes del transporte aún está por llegar: los mejores finales siempre son impredecibles, y en la disputa entre hermanos por el amor de la doncella, ésta casi siempre se decide por otro. Por eso no debe extrañarnos que un buen día, los usuarios despierten, y envalentonados peleen por un amor-transporte que esté a su altura.
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